martes, 21 de noviembre de 2006





Cartas del Desierto


Guillermo Pareja Herrera

Los cuentos y mi piel


Pienso en mi madre.Mi madre la mujer que me contaba cuentos estando despierto, para despertar a la vida y estando dormido para despertar a la tarea cotidiana.Igual pasaba de Rojín y Verdín, dos gorrioncitos que aprendían a volar, que al Corderito de un párroco en un pueblo de la campiña francesa. De ahí viene mi amor por escuchar cuentos, leer cuentos y contar cuentos.Eso que llaman la historia humana está hecha de una galaxia de galaxias de millones de estrellas las cuales contienen infinitos cuentos.Los cuentos eran repetidos por mi madre como la mujer que echa la semilla al boleo en el campo abonado.Los cuentos, como las semillas echadas al viento son minúsculos fragmentos que caen donde tienen que caer y cuando tienen que caer. Los cuentos están destinados a dar frutos que, por igual, iluminan una porción de la vida o producen un cambio de piel completo, como me ha sucedido varias veces a lo largo del laberinto de mi vida.Los cuentos de mi madre, sin olvidar lo cuentos de mi padre, me llevaron,a menudo, por caminos sin trillar,a conclusiones diferentes de lo esperado porque la vida que vivimos en casa tuvo la rara cualidad de ser imprevisible. Los cuentos fueron el espejo de nuestros asombros familiares y nuestros asombros se convirtieron en cuentos improvisados como el apasionado y turbulento De Panca en Panca -la interminable escalada de un niño africano a un árbol de tamaño colosal, que haría palidecer a cualquier otro libro de aventuras de la época-.
¡Ay, de los niños de este tiempo que no tienen quien les cuente un cuento que les haga sentirse amados en el instante de cerrar los ojos.!

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