Cartas del Desierto
Guillermo Pareja Herrera
Cuando uno se hace viejo
Hay 14 cosas que me llaman la atención en este asunto de hacerse viejo, las he consignado, entre sorbo y sorbo de café humeante y espresso, en este invierno boreal que se me ha hecho más largo y frío que de costumbre.
La vejez se añora cuando se es joven, pero cuando llega no la reconocemos ni aceptamos.
Cuando soy joven digo: El día que sea viejo seré feliz. Pero he aquí que siendo viejo, un día, no me gustó que me dijeran que ya era viejo.
Cuando fui joven decía: Seré feliz cuando llegue a viejo pero cuando soy viejo no encuentro la supuesta felicidad que da el ser viejo.
La tarea del viejo es la misma que en otras etapas de la vida: seguir aprendiendo a vivir el instante presente.
No hay etapa de la vida que sea feliz, gratuitamente, en cada etapa he de descubrir a la oculta felicidad en los instantes y en las cosas más simples.
El niño brinca, corre, el maduro camina con buen talante, el viejo siente cada paso y contempla.
Cuando uno es joven sólo se siente a gusto en grupo, con amigos. Cuando se llega a maduro goza sintiéndose acompañado con su pareja. Cuando llega a viejo sabe cómo sentirse cómodo estando consigo mismo.
La diferencia entre mi juventud y mi vejez es el paso de la pasión a la compasión, para con todo ser vivo.
Me río de los eufemismos de nuestra cultura para llamar a los viejos. Se les nombra como gente de la tercera edad, gente en plenitud, gente de la edad dorada. Soy breve, me gusta el pan sin condimentos, me gusta la palabra viejo.
El niño celebra su energía, el joven muestra su fortaleza, el viejo ofrece su palabra pausada y sus canas, con un cierto encanto.
Se preguntaban dos amigos ¿cómo sabremos que ya estamos viejos? El más prosaico dijo: Cuando al orinar nos mojemos los zapatos y el otro comentó: Cuando tengamos 80 pero queremos aparentar que tenemos 40.
Cuando fui niño le decía a mi padre con cariño: Mi viejo, y el me sonreía. Descubrí que mi padre no se ofendía con esa palabra, la celebraba, su trabajo le costó.
La palabra viejo es tan bella como la palabra joven, me gusta, sin adornos.
He descubierto el gozo de hacerse viejo caminando de la mano con mis árboles y con mis perros. Me descubrí hace unos días llamándole: Mi querido Viejo, a mi buen Alí…de 14 años caninos, lo que sería unos 90 años humanos…
Guillermo Pareja Herrera
Cuando uno se hace viejo
Hay 14 cosas que me llaman la atención en este asunto de hacerse viejo, las he consignado, entre sorbo y sorbo de café humeante y espresso, en este invierno boreal que se me ha hecho más largo y frío que de costumbre.
La vejez se añora cuando se es joven, pero cuando llega no la reconocemos ni aceptamos.
Cuando soy joven digo: El día que sea viejo seré feliz. Pero he aquí que siendo viejo, un día, no me gustó que me dijeran que ya era viejo.
Cuando fui joven decía: Seré feliz cuando llegue a viejo pero cuando soy viejo no encuentro la supuesta felicidad que da el ser viejo.
La tarea del viejo es la misma que en otras etapas de la vida: seguir aprendiendo a vivir el instante presente.
No hay etapa de la vida que sea feliz, gratuitamente, en cada etapa he de descubrir a la oculta felicidad en los instantes y en las cosas más simples.
El niño brinca, corre, el maduro camina con buen talante, el viejo siente cada paso y contempla.
Cuando uno es joven sólo se siente a gusto en grupo, con amigos. Cuando se llega a maduro goza sintiéndose acompañado con su pareja. Cuando llega a viejo sabe cómo sentirse cómodo estando consigo mismo.
La diferencia entre mi juventud y mi vejez es el paso de la pasión a la compasión, para con todo ser vivo.
Me río de los eufemismos de nuestra cultura para llamar a los viejos. Se les nombra como gente de la tercera edad, gente en plenitud, gente de la edad dorada. Soy breve, me gusta el pan sin condimentos, me gusta la palabra viejo.
El niño celebra su energía, el joven muestra su fortaleza, el viejo ofrece su palabra pausada y sus canas, con un cierto encanto.
Se preguntaban dos amigos ¿cómo sabremos que ya estamos viejos? El más prosaico dijo: Cuando al orinar nos mojemos los zapatos y el otro comentó: Cuando tengamos 80 pero queremos aparentar que tenemos 40.
Cuando fui niño le decía a mi padre con cariño: Mi viejo, y el me sonreía. Descubrí que mi padre no se ofendía con esa palabra, la celebraba, su trabajo le costó.
La palabra viejo es tan bella como la palabra joven, me gusta, sin adornos.
He descubierto el gozo de hacerse viejo caminando de la mano con mis árboles y con mis perros. Me descubrí hace unos días llamándole: Mi querido Viejo, a mi buen Alí…de 14 años caninos, lo que sería unos 90 años humanos…
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