Desde el día aquel o aquella noche en la que el amor se instaló entre un hombre como Marco Aurelio y Libia su amada romana fue éste un amor fluido como el mar, intenso como el fuego, sereno como los vientos, tierno como la tierra. Han pasado los siglos y nos ha llegado un fragmento de una carta que este hombre le escribió a su amor: Sepan los que no lo saben, y tú, señora Libia, si lo quieres saber, que el amor duerme cuando velamos y vela cuando dormimos; ríe cuando lloramos y llora cuando reímos; él asegura prendiendo y prende cuando asegura; habla cuando callamos y calla cuando hablamos.[1] De una cosa podemos estar seguros y es que el amor no nos deja y si creemos lo contrario es porque nosotros lo alejamos de nuestros días y de nuestras noches.
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