Una señal inequívoca de estar plenamente vivo y no simplemente vivo es la curiosidad, el sentirse sorprendido por lo inesperado, visitado por lo imponderable o indeciso como el niño que no sabe cuál sabor elegir o cuál juguete pedir. El mar que tan dueño es del mundo también tiene sus vacilaciones como los niños. Recuerdo haber disfrutado unas líneas de mi buen José Emilio Pacheco cuando dijo: Entre tanto guijarro de la orilla, no sabe el mar en dónde deshacerse.
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