martes, 17 de enero de 2012

Leer, largo y arduo camino

La humanidad vivió durante miles y miles de años, casi 150 mil, sin leer un libro hasta que apareció no sólo la escritura sino el invento del genial maestro Gutenberg. Hoy nuestras naciones se quejan, más unas que otras, de que la gente no lee. Hay que preguntarse para qué leer y con qué actitud e intención leer. Pero vayamos un poquito, como se dice, aguas arriba y observemos que aprender a leer, leer correctamente y convertirse en lector es largo y arduo trabajo. Por lo contrario, hablar es fácil, dibujar y hacer garabatos es fácil, cantar, brincar, caminar, reírse, es fácil. Pero conocer las grafias, comprenderlas, asociarlas, expresarlas oralmente y por escrito es tarea de años y recordemos los cientos de horas que se nos fueron en eso. Es más, las futuras generaciones no se librarán tan fácilmente del aprendizaje de la lectura que es la base para un prodigio posterior, el amor a la lectura. Pero más que amor a la lectura por sí misma, es amor a lo que la lectura, como medio, instrumento, puente o herramienta nos permite: conocer, comprender el mundo cercano lejano y lejanísimo, comprender a los demás seres humanos, a la naturaleza, el mundo, la historia. La lectura es para el conocimiento y, como tal, es una función abstracta altamente especializada hasta que la dominamos. Pero aquí no queda todo. La lectura la podemos aplicar a la banalidad, a la superficialidad y eso está en nuestra libertad. Todo esto se debe a un campo disciplinar  conocido como las neurociencias que nos explican cómo es que nuestro cerebro toma nota de lo que nos ojos perciben y envían a través del sistema nervioso a una área de cerebro y brota y se ilumina lo que llamamos la comprensión, el acto intelectual, las ideas, y el mundo toma otra dimensión para nosotros.

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