El vacío
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La palabra vacío suele espantarnos –por decir lo menos. Las expresiones en
nuestra lengua confluyen en esta apreciación temerosa. Miedo al vacío, vacío
existencial, vacío vital, vida vacía, tiempo vacío. Hasta se ha llegado a pensar que el vacío en
la existencia humana es una suerte de patología. Sin embargo, con la ayuda de
las indagaciones filosóficas, antropológicas y hasta estéticas tenemos en el
vacío a otra dimensión. Me refiero a la dimensión de la utilidad. ¿Puede ser útil el
vacío? Sin duda que lo es y no sólo
útil sino necesario. Para tomar agua
hemos de hacer un vacío, una especie de cuenco con nuestras manos. Para que
entre la luz del día necesitamos hacer un vacío o claro en los muros llamado
ventana. Para transitar de un espacio a otro recurrimos a otro vacío práctico
llamado el claro de la puerta. El vacío de la vida no es negativo
intrínsecamente. Es una oportunidad
para elegir con qué llenarlo. Algo
así, como los cajones vacíos de un escritorio. Nosotros decidimos con qué y
para qué llenarlos. Así pues, podemos vivir sin miedos ni temores, pues el
vacío es una condición para la vida plena y además se caracteriza por su
fluidez y flexibilidad ante los cambios.
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