domingo, 4 de noviembre de 2012

Poema, infancia, catedral


Dicen que los poemas son seres vivos que andan, corren vuelan y van trashumantes por el mundo. Tienen vida propia y algún día brotaron del alma, de la boca, de las manos y emprendieron su viaje. Si tienen vida propia los poemas se enriquecen, se cansan, duermen y rezan a los vientos para que su viaje sea propicio. Los poemas  suelen rozar a esa tierra, a esa patria llamada la infancia que para unos es el único bastión, el valladar y la catedral de la propia vida. Tan es así que, aún después del hongo termonuclear sobre Hiroshima y su demente repetición en Nagasaki, sólo sobrevivió en el horizonte humeante la aguja de una catedral de la infancia humana.

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