En este desierto nuestro como en otras latitudes de nuestro planeta la
gente que de veras ama suele estar dispuesta y preparada para largas jornadas y grandes esfuerzos. Aún se pueden escuchar historias de mineros que echaban de 3
a 8 jornadas a caballo para visitar a
sus seres amados. Hoy nuestros vuelos aéreos son de pocas horas ,escasas horas, que cubren distancias impensables hace sesenta años. Detrás de los viajes suele
palpitar una o varias grandes emociones de quienes anhelan el reencuentro y más
cuando ha transcurrido un gran tiempo. Al final puede que nuestra expectativa
se cumpla plenamente o por lo contrario, llegamos a coincidir con el dicho anónimo: Hay
personas por las que vale la pena cruzar un océano... Hay otras por las que no
vale la pena mojarse un dedo[1].
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