Llueva mucho o llueva poco cada niño y niña de este mundo tiene un recuerdo de un aguacero, de una tarde de verano que llueve. Lo que llueve es H2O pero para el niño que fue y que sigue siendo recónditamente, la lluvia es un mar, la lluvia es una batalla de soldaditos, la lluvia es infinitos globos de corta vida que explotan sucesivamente, la lluvia es una música que refresca el alma, la lluvia es el pase directo al amor primero y a otro amor que tal vez ni número ni letra tenga. Llueva mucho ,llueva poco, pero la lluvia tiene el don de aquietarnos, de sacar al contemplativo que llevamos dentro. La lluvia nos serena el latido , la respiración, hasta suspiros emergen y en casos más misteriosos, los ojos se nos nublan y se confunden con la lluvia y así nació el bolero inmortal de el Señor de Sombras: "...las lágrimas del alma semejan esta lluvia". La mirada del niño sigue el camino de la gota que se desliza suave y silenciosa en la ventana o tiembla en una hoja como una brillante esfera. No falta el niño, la niña, que ya descubrió que el agua que llueve es de una pureza tal y no se resiste a descubrir su sabor a nada, en una curiosa primera comunión. Ese día aprendió en la escuela que el agua pura es incolora, inodora e insípida. Pero de todas las aguas, qué hermoso es ver llover, escuchar llover, mojarse bajo la lluvia, brincar charcos, echar a navegar barquitos de papel y de vez en cuando entrar en el éxtasis llamado arco iris...
(*) - Javier Solís, Lágrimas del alma.
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