Hace 12 años me desperté con una levedad especial. Ese día deje de usar mi reloj, quien duerme el sueño de los justos desde entonces. Fue mi último reloj. Los tuve contados en mi vida y todos ellos significativos por cierto. El primero me lo regaló mi padre. Un Titus, suizo, de cuerda por supuesto allá en los años cincuentas del siglo pasado. Un reloj en blanco y negro pues tenía dos círculos concéntricos. En el exterior estaban los números sobre fondo blanco y en el interior sobre fondo negro brillaba la marca Titus –del cual me ocuparé en otra ocasión. Han pasado muchos años y hoy me encuentro con un escrito de mi buen Julio Cortázar quien lo escribió leyéndome el alma y la muñeca en otro tiempo y en otro lugar, pero cercano y familiar como todo lo que he leído y disfrutado salido de su imaginación.
Instrucciones para dar cuerda al reloj.
Piensa en esto: cuando te regalan un reloj te regalan un pequeño infierno florido, una cadena de rosas, un calabozo de aire. No te dan solamente el reloj, que los cumplas muy felices y esperamos que te dure porque es de buena marca, suizo con áncora de rubíes; no te regalan solamente ese menudo picapedrero que te atarás a la muñeca y pasearás contigo. Te regalan -no lo saben, lo terrible es que no lo saben-, te regalan un nuevo pedazo frágil y precario de ti mismo, algo que es tuyo pero no es tu cuerpo, que hay que atar a tu cuerpo con su correa como un bracito desesperado colgándose de tu muñeca. Te regalan la necesidad de darle cuerda todos los días, la obligación de darle cuerda para que siga siendo un reloj; te regalan la obsesión de atender a la hora exacta en las vitrinas de las joyerías, en el anuncio por la radio, en el servicio telefónico. Te regalan el miedo de perderlo, de que te lo roben, de que se te caiga al suelo y se rompa. Te regalan su marca, y la seguridad de que es una marca mejor que las otras, te regalan la tendencia de comparar tu reloj con los demás relojes. No te regalan un reloj, tú eres el regalado, a ti te ofrecen para el cumpleaños del reloj.
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