La historia de mi vida ha transcurrido entre dos estaciones. La primera fue la de la curiosidad. Esa estación me gustaba mucho. Preguntaba de todo y por todo o como quien dice…metía la nariz en todo hasta que un maestro me llegó a decir hueleguisos. Con los años conocí la otra estación del tren de la vida: los miedos. Miedo a esto y a eso, a disentir y a criticar, a dudar y a desconfiar. Pero la vida ha sido generosa conmigo pues un día descubrí la estación: Yo mismo. Ahí se permitía la curiosidad, ahí se permitía sentir miedo y también ir más allá de él. Cuando eso sucede el disentir, la crítica, la duda y la desconfianza son tierras fértiles y no lo que hemos aprendido a creer y a evitar. Gracias a ellas crecemos, gracias a ellas podemos ser lo que somos verdaderamente y no lo que quieren que seamos, esos que creen saberlo todo y usan el poder de su ignorancia para constituirse en guias, maestros o dictadores -porque le dictan a uno lo que debe pensar, sentir y hacer. Por ejemplo: que la vida es un tiempo para tener, gastar, consumir, tirar, volver a comprar y no encontrar en ello la satisfacción sino el vacío. ¿No es tiempo para que movamos nuestras vidas con otros verbos? Hago mía esta vieja y anónima frase:
Que la curiosidad sea más grande que el miedo
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