Él la invitó a ella. Estuvieron bajo el cielo estrellado del lago. Silencio. Obertura. Pianísimo. En el horizonte se levantó la armonía celeste, la melodía galáctica, el ritmo palpitante de las estrellas, Los dos recordaron a Pitágoras quien invocó a la armonía celeste. Aquí, bajo el cielo estrellado él y ella sintieron el suave roce de la estela sonora que les envolvió en un acorde reverberante que viajó desde la aurora de los tiempos. La armonía de las esferas descendió sobre él y ella. Desde entonces aún estando a 10 mil kilómetros de distancia puede escuchar la música universalis en sus cuerpos sincronizados y amorizados.
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