Cuando veo desde el desierto esta dilatada tierra de nuestros afanes llamada México no puedo olvidar que es una tierra con casi infinita diversidad en sus comidas, en sus bebidas, en los festejos, en la ropa de faena y de las galas, diferente en sus sones y en las sazones. Diferente en sus paisajes y en sus forma de mirar al cielo y a la tierra, al desierto y la selva buscando al buen Dios. Diferencia y diferencias. También hay lenguas indígenas de familia muy querida -que se hablan en el norte y en el sur, en el oriente y en el occidente de la patria mexicana. Pero hay algo, algo que nos unifica a todos, suavemente y que sale de nuestras mentes, toma fuerza en nuestros pulmones, se modula en nuestra lengua y se suaviza en nuestros labios rojos y es nuestra lengua castellana. Bajo su manto todos cabemos, todos nos arropamos, todos nos reconocemos como junto al fogón. Cuando los aires nos llevan al otro lado del mundo y escuchamos hablar esta lengua que nos fue dada, entonces nos da un vuelco el corazón.
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