Hay palabras que nacen con estrella y otras nacen estrelladas, bien porque brillan en las alturas o porque estrellar y estrellarse significa hacerse pedazos. Desintegrarse. La palabra revolución con lleva la idea de evolucionar, cambiar, seguir el curso de un proceso vivo. Sin embargo, en la teoría y en la práctica política de los pueblos, la palabra revolución está cargada de asociaciones intensas, dolorosas, trágicas, sangrientas, justicieras, etc. Por otro lado, hay quienes creen firmemente, como el gran Walter Benjamín que gracias a las revoluciones se han evitado catástrofes humanas mayores: las revoluciones no son un motor que impulse a los pueblos, sino el freno de mano que las sociedades accionan cuando piensan que son conducidas al abismo. A lo largo de la historia se ha discutido mucho sobre el sentido de la revolución de la escritura, de las ciencias, de la tecnología, de las masas hambrientas y despojadas. Hoy hablamos de la revolución de las comunicaciones, de la información y del conocimiento. Sin embargo falta la gran revolución de la conciencia donde valoremos a cada ser vivo, al planeta con su aire, agua y tierra que habitamos pero que no es de nuestra propiedad. La gran revolución de la conciencia es la que nos permitirá no sentirnos opuestos, adversarios y enemigos a unos de otros sino pertenecientes a la única especie llamada humana. La gran revolución se dará el día que nos sentemos a diseñar un nuevo orden para nuestra convivencia donde el desarrollo material no sea ilimitado ni un fin en sí mismo y donde el mito de que la vida es un gran mercado donde todo se vende y todo se compra, pierda la importancia que le hemos dado. Como en muchos viajes el camino serpentea, sube y baja y se asoma al abismo. En ese momento es vital una revolución, un freno de mano.
1 comentario:
excelente carta!n
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