Las antiguas narraciones de los pobladores del desierto cuentan que las hoy ciudades de la modernidad fueron hace doscientos años aldeas polvorientas, con calles polvorientas en días y en otros un mar de lodo y fango enriquecido con excretas humanas y animales alimento y divertimento de las moscas. De ahí surgió uno de los primeros oficios de la Nueva España: el limpia botas. Podía comenzar siendo niños de 10 o 12 años y seguían en ese oficio hasta que el peso de los años les hacía besar la tierra de donde había surgido. Sí, fueron limpia botas que desprendían las costras de detritus adheridas en las botas a manera de armadura medieval. Precisemos que se les llamó limpia botas y no limpia zapatos pues el calzado universal de entonces fue un par de botas, para montar a caballo y protegerse de las inclemencias del camino y del tiempo. Hoy, en el siglo veintiuno, hemos evolucionado y los mismos niños de 10 o 12 años se llaman lustra botas, aunque no sean muchas las botas que lustren. El calzado de hoy poco tiene que ver con el lodo, el fango, el detritus y suelen acusar, solamente, una fina capa de polvo urbano mezclado, eso sí, con hollín de los carburantes suspendidos. Ya es avance haber pasado de limpiar botas a lustrar botas. Sólo me queda una pregunta ¿y por qué los niños de ayer y los de hoy con sus escasos 10 o 12 años pasan su temprana vida limpiando o lustrando botas en lugar de estar en una casa caliente, con comida en la mesa y escuela donde puedan iniciar sus primeros vuelos por este pequeño gran mundo con la compañía de iguales y de profesores que les guíen?
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