Allá en el desierto de Persia vivió la princesa Xirin descendiente del Shah. Esta mujer tenía cuerpo de palmera, caminaba como gacela, ojos como aceitunas, labios de dátil y una cabellera en la que uno se perdía en medio de sus rizos que descendían como el vuelo de las alondras. Xirin guió la vida de muchos hombres grandes, medianos y pequeños. El día que encontró en una plaza a los ojos que se fundirían con los suyos para siempre –aunque nunca vivieron juntos- le dijo al hombre: ¡Nunca se sabe…nuestros caminos podrían cruzarse! [1] Desde entonces, esa frase navegó todos los desiertos del Oriente y los hombres como las mujeres que buscaban el amor recordaban a la princesa Xirin. Los humanos solemos pensar en términos de para siempre y para toda la vida pero el amor suele llenar y unir profundamente, aunque nuestros caminos se crucen por unos instantes que serán recordados, a veces, para la eternidad.
[1] Inspirado en Samarcanda de Amin Maloouf
[1] Inspirado en Samarcanda de Amin Maloouf
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