El profesor X vivió el horror de la destrucción de las torres gemelas de Nueva York el 11 de Septiembre. Aterrorizado decidió mudarse a Londres en busca de una vida más segura y tranquila. Una mañana salió de su casa rumbo a la universidad. Ya no volvió jamás a su casa. Le tocó la explosión terrorista en el tren subterráneo de Londres. El ingeniero fulano llega al aeropuerto de Rio de Janeiro y se peleó casi a muerte con tal de alcanzar asiento en el vuelo a Paris de Air France. El avión se desintegró en medio del Atlántico. En el mismo vuelo, una pareja italiana quedó en tierra y perdió el vuelo. Se salvaron. Detrás de estas historias conocidas tenemos algo que se llama imponderable. El imponderable me ha intrigado toda la vida. Imponderable tomado como azar, riesgo, circunstancia, factores, eventualidades y sobre todo como lo imprevisible. Por otro lado, casi todas las historias amorosas que me han llamado la atención en la vida, están atravesadas por lo imprevisible. Aunque los seres humanaos pareciera que disfrutamos con el orden, el control y la sensación de lo previsible, la verdad es que los verdaderos instantes que cambian nuestra vida y le dan un giro copernicano son aquellos que nunca imaginamos, que fueron imponderables. Tener conciencia de este factor torna a nuestra vida en un asombro perenne ante el cual practicamos la apertura, la flexibilidad y la entereza de ánimo.
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