El mundo de mi niñez estuvo precedido por dos seres mágicos, las libélulas y las luciérnagas. Las llamaba como las L, L. La libélula o charchazuga fue la mensajera de las buenas noticias, según el decir de mi madre. Lo creí tan a pie juntillas que ver una libélula fue siempre motivo de profundo gozo, hasta hoy. El mundo sin luz, el de los sueños estuvo iluminado por los resplandores intensos, efímeros cual chispitas, de las luciérnagas. Seres misteriosos que me introdujeron de lleno en la física elemental o cómo producir electricidad. Con el tiempo se convirtieron en lámpara maravillosa para mi titubeante paso en el amor. Libélulas y Luciérnagas tienen en común que reinan en la natura y ante ellas sólo está mi anhelante contemplación. Esa certeza contemplativa la tuvo el buen Onitsura cuando escribió tres líneas:
Por más que digo "¡ven, ven!"
la luciérnaga
pasa volando.
1 comentario:
me emociona leerte y constatar una coincidencia mas en nuestras vivencias infantiles y presentes. No se que momentos vividos hoy te han hecho recordar y traer tus memorias a la tinta y al papel..pero lo celebro. Me regalaste una sonrisa. Gracias
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