miércoles, 24 de agosto de 2011

Observando


Los hombres viejos de nuestro desierto son unos meteorólogos  que aprendieron de sus abuelos y padres el arte de observar, observar y observar calladamente los cielos y la tierra, el comportamiento de las lluvias y del viento, cómo encender el fuego y anticiparse  al frio y al granizo. Su mayor dicha es estar alerta para cuando el cielo derrama en estas tierras el más espléndido regalo: el arcoíris. No hay verano sin aguaceros, ni aguaceros sin algún regalo fugaz e inolvidable. Una de las primeras lecciones que aprendí de Esteban  mi maestro en estas tierras fue observar al viento y sus conductas sorprendentes. Antes de llover hay viento, antes de nevar hay viento y la mejor formar de medirlo es ponerse de pie y caminar y no olvidar que sólo podrás conocer la fuerza de un viento tratando de caminar contra él.  Ese instrumento es de gran certidumbre para nosotros. Pero doy un paso más y observo que este principio, aplicado a nuestras vidas, es válido para no perder el rumbo en la vida, para ser, cada día, lo que estamos llamados a ser: seres únicos, irrepetibles con una ruta en la mirada, decisión en los pies que caminan y fuego en el alma.


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