martes, 23 de agosto de 2011

De dónde venimos



Recuerdo que durante una de las apetecibles clases universitarias de antropología filosófica, uno de mis condiscípulos hizo una descripción  de las grandezas del ser llamado humano comparado con otros seres vivos, particularmente los animales y las plantas y que habíamos dejado atrás a los simios de los que descendemos. Exaltó aquello de que somos el hommo sapiens –es decir hombre sabio y  que la grandeza de las naciones como de las ciudades se debe a que somos el hommo politicus o zoon politikón . Otro compañero contraargumentó y preguntó sobre el ser humano fratricida, destructor, exterminador, torturador, artfice de armas, guerras y barbaries. El debate tomó giros de más alto nivel a favor y en contra. De pronto, una compañera, por lo común, muy callada y desapercibida en el grupo, tomo la palabra y dijo: Permítame terciar en este debate y quiero citar a Nietzsche quien me parece no estuvo nada equivocado el día que dijo lúcidamente: Los monos son demasiado buenos para que el hombre pueda descender de ellos. Nuestro grupo entró, súbitamente, en un largo silencio que fue interrumpido por el timbre que anunció el fin de la clase. Al no haber contraréplica, esta frase se quedó grabada, seguramente, en no pocos de nosotros y gracias a ella hoy puedo evocarla como vigente.

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