Estuve
en la sala de espera de mi dentista. El día anterior se anunció un eclipse
parcial de sol. En la sala estaba una mamá concentrada en su teléfono
celular mientras su niño se movía como trompo
alrededor de la sala, subiendo y bajando de las sillas, y escudriñando hasta el
último rincón. De pronto, corrió hacia la ventana y le dijo a su madre en voz
alta –mientras la madre seguía absorta
robóticamente en su teléfono celular: “Mamá, mamá,…¿puedo ir a ver el
eclipse? La absorta madre respondió
mecánicamente: ¡Sí, pero no te acerques
demasiado!. Me sonreí por un rato y me quedé pensando
sobre cuántas cosas diremos sin tener conciencia de lo que estamos diciendo -cuando
lo más que emite nuestra voz es un sí,
un no y algún otro socorrido monosílabo.
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