Los seres humanos hemos desarrollado una
suerte de amor con los elementos. Invitamos al fuego y el se digna arder en
nuestra chimenea invernal. Invitamos al aire y el se digna jugar con nuestra
campana tubular. Invitamos a la tierra y
ella habita en nuestras macetas, en un mínimo huerto. Invitamos al agua y
ella toma la forma de la fuente que la
contiene. Me gusta eso de invitar amable y juguetonamente a los elementos.
Pensar en la fuente
es invitar al agua
a danzar y cantar[1]
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