Soy
habitante de este mundo y del desierto por elección. La vida en estos parajes
de felicidad natural, silencio natural y presencias naturales calladas
-como la arena, la brisa, los copos, las hojas al viento, los gansos en
su vuelo y los zorros enamorando a la
luna llena- es un regalo cotidiano. Mi despensa del alma abunda en algo para
leer, y algo para escuchar. Con todo y lo hermosa que es la música compuesta
por los humanos, hay días que no me es indispensable, porque me he familiarizado
con la música de las esferas celestes y las sinfonías del viento, la lluvia
escasa, y el crepitar de los leños. Resumo estas vivencias naturales con un
bello haiku mexicano:
Golpea
el viento
mi
ventana, me recuerda
que
no estoy solo[1]
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