En Nueva Zelanda en 1883 un
árbitro no podía hacerse escuchar por los jugadores de fútbol que estaban
alborotados y gritaban continuamente. El árbitro tomó de su bolsillo un silbato y lo empleó
por primera vez y el juego se detuvo. A
partir de ese día hasta hoy el silbato se emplea con gran eficacia y con
variedad de tonos según que sea el inicio o la finalización del partido, el
medio tiempo, un tiro libre o de penal. El sonido del silbato lo recordamos los
aficionados y los jugadores pues su huella es indeleble indicando triunfo o
tragedia. Algunos comentaristas han llegado a nombrar al árbitro como “el
silbante” y ese pequeño instrumento es un rayo que recorre de punta a punta
todo el estadio y resuena en el mundo entero.
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