Así decía la consigna para empezar el día, para iniciar una competencia, para tomarse la sopa y para echarse a la piscina con agua helada. A la una, a las dos y a las tres. Me ha fascinado este asunto del número tres y sé que desde la antigüedad de los tiempos humanos muchos hombres y mujeres, desde niños, han sentido la misma curiosidad. El estudio del número tres y de todos los demás números constituye la famosa numerología o estudio simbólico y mítico de los números en campos tan interesantes como las ciencias naturales y aplicadas, exactas, así como en el arte, la literatura, la historia, la filosofía y las espiritualidades. Pero hoy mi admiración se detiene en considerar aquello que me dijo una mujer ya viejecita con unos ojos aguamarina. No hay amor humano de dos. El amor humano es de tres. Ahora puedo imaginar que un tal Julio va por la vida y por otro camino, sin saber nada de nada, va una tal Maga. Ahí tenemos uno más uno, que ya son dos -sin dejar de ser lo que son: Uno.- Pero para que nazca la chispa del futuro amor hace falta el número Tres. El número tres es haber tomado el mismo tranvía sin saber nada de nada, el mismo avión o un café en la misma hora y en la misma esquina. El número tres se hace presente cuando ella dejó un día una pequeña nota dentro de un libro prestado en la biblioteca .¡Pasaron tres años!. Un día el tal Julio tomó prestado el mismo libro y encontró esa nota. ¿Qué decía? Quienquiera que seas, no tengo prisa, si lees este número de teléfono llama. Algo maravilloso puede nacer. Y así fue. Nació el amor. ¡A la una, a las dos y a las tres.!
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