Una de las experiencias más bonitas es invitar y sentirse invitado. Comenzamos esta historia desde niños, aprendida de nuestros padres y abuelos. Nos invitaron a jugar con bolas de lodo, a las canicas, al trompo o al campamento, a noviar y a descubrir el mundo cercano y el remoto. Nos invitaron para comer y amar, escuchar una confidencia o permanecer en silencio. Invitar y ser invitado es uno de los humanísimos ritos que dejan huella en el alma como el buril en la arcilla que luego se extiende a secar bajo el sol. Cuán hermosa es la invitación que dice: Ven a mí, acércate, acércate más, más cerca. Dame tu mano y por el camino de mi mano pásate y éntrate en mi corazón. La mano extendida es el puente entre humanos, el camino más directo para llegar al recóndito corazón.
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