Durante un breve recorrido descubrí, entre mis amigos, que todos nos morimos de algo no importa si es ahora o dentro de 20 años. La lista es larga como, morirme de pena, morirme de tristeza, de pena, de envidia, de ganas, de hambre, de rabia, morirme de risa, morirme de amor, morirme de felicidad. Esto suena conocido. Tal vez, por esta razón, sea aburrido pensar en morirse simplemente como un reloj al que se le agota la cuerda o una vela que quema su cera. Los humanos nos morimos de algo y es señal de nuestra irrefrenable vitalidad, sensibilidad. Pareciera que lo interesante de la vida es morirse de algo y no simplemente moririse. Otra acepción es decir: me muero por comer esto o beber aquello o conocer Samarcanda, Basora, Estambul o Palermo. Los deseos son infinitos y tienen que ver con la muerte cuando digo: No quisiera morirme sin volver a la tierra de mis padres. Pero, cuando de veras nos muramos, alguien ajeno a nuestra vida escribirá en un libro la causa de nuestra partida del mundo visible y casi, infaliblemente, pondrá algo tan frio como, murió de infarto cardiovascular, pero de lo que ese ser quiso morir toda la vida, no se dirá una palabra en la constancia.
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