jueves, 13 de octubre de 2011

Aquellos lodos

Nuestro desierto es un lugar privilegiado en el planeta donde comprendemos el valor de la tierra y del agua como los elementales básicos que trabajan hermanadamente con el sol y el aire. Hace unos 2500 años comenzó la construcción de ladrillos  y muros rústicos llamados bardas o tapiales hechos con base en tierra mezclada con agua formando un lodo  dejado al sol para que junto con el aire se convirtieran  en adobe. Me llama la atención el estado intermedio de la tierra mezclada con el agua conocida como lodo de donde se derivan expresiones como lodazal y enlodado, etc. El lodo es una mezcla de dos mundos que no es  plenamente líquida ni plenamente sólida. Si la tierra y el agua tienen utilidad se tienen que mezclar y pasar por ese reino medianero llamo lodo. Por alguna razón el término lodo despierta asco, rechazo o repulsión, sobre todo si nos salpica en la ropa, en la cara, más no así el agua o la tierra solas. En un nivel metafórico decimos que estar en el lodo, revolcarse en el lodazal, vivir enlodados es sinónimo de suciedad, caos, desorden, falta de orden, leyes y hasta referente para el crimen, los vicios humanos y la corrupción de las instituciones  -civiles, militares, religiosas- y sus representantes.  En el habla popular del desierto se suele decir: Todos somos del mismo barro, pero no es lo mismo taza de baño que jarro. En medio de este juego de sentidos e imágenes me queda  claro que el lodo, en sí mismo, es un estado intermedio necesario para acceder a algo más, como  puede ser el techo y las paredes que nos cobijan, los jarros, las cazuelas en las que comemos y bebemos. Pero también la palabra lodo tiene una riqueza metafórica nada menor pues de ella se ha valido la sabiduría para recordarnos nuestro prístino origen cuando se afirma que fuimos dos piezas de barro que recibieron el soplo  de vida y a ese lodo se le llamó hombre y mujer.




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