jueves, 20 de octubre de 2011

Qué no daría…

Mi maestro de literatura nos propuso una mañana clara de mayo austral un sencillo ejercicio que comenzaba con la expresión: Qué no daría yo… y nos pidió que completáramos libremente para intercambiar nuestros hallazgos imaginativos. Recuerdo tres imágenes indelebles de mis compañeros  que se quedaron  allá donde nacen los oídos de mi  alma: Qué no daría por conocer la cara de mi padre, dice que me parezco a él, pero él se fue antes de que yo naciera. Qué no daría por volver a la casa donde nací, ver las tapias de adobe  y vislumbrar a mi madre esperándome, de pie, con las puertas abiertas de par en par. Qué no daría yo por la memoria de que me hubieras dicho un Sí y haber podido conciliar el sueño feliz  cuando el nuevo día estaba despertando.








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