miércoles, 30 de noviembre de 2011

Nave de hospital

De vez en cuando todos tenemos y sufrimos algún achaque de diversa índole y no pasa de ser un evento individual y con escasa repercusión. Pero qué sucede con las llamadas epidemias, la plaga, la temida peste negra, peste bubónica, el cólera, el sida y el herpes, la influenza, la viruela negra,  (curiosa es la propensión para asociar estas epidemias con colores por el asunto de los síntomas). En mi infancia, llegado el invierno los seis hijos éramos presa de algún virus que nos convertía en una blanca nave de hospital con charolas, paños calientes y fríos, bolsas de agua caliente, ungüentos para las paperas -con olor a mezcla de petróleo, trementina y no sé qué más. Días para preocupaciones de nuestros mayores, días para hacer una pausa y dejar de asistir a nuestros colegios. Cuando crecimos nos dimos cuenta de que estos cuadros suelen ser socialmente extensos como relató el buen Julio a su querido amigo hermano Eduardo: Aquí hace un frío loco, y media Francia, penosamente de pie, cuida a la otra mitad que yace envuelta en las sucias neblinas de la grippe.[1]







[1] Cartas a los Jonquieres,137

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