sábado, 11 de octubre de 2014

Faro costero



He  caminado por las viejas calles empedradas de Colonia -antigua fortaleza uruguaya sobre el río de La Plata. Ahí se erigió un faro –rodeado de pequeñas casa de piedra y teja de barro horneada- para guía de los navegantes a lo largo de su compleja historia en manos de portugueses y españoles hasta pertenecer al Uruguay independiente. Mas de 100 escalones, una potente luz y su esbelta figura blanca caracterizan a este faro que no deja de ser la luz salvadora en medio de la oscuridad del mar. Al estar disfrutando de la espléndida vista me visitó la pregunta ¿quién ha sido un faro para mí en la vida? Y en correspondencia volví a preguntar ¿para quién soy yo la luz de un faro? Una mezcla de gratitud y responsabilidad me llenó en esas alturas con cielos despejados y una brisa intensa y fría. Los faros en su nobleza se reconocen como señales pero depende de los navegantes que hagan caso de su luz y su mensaje. Seguir o no seguir la luz puede ser la clara diferencia entre navegación venturosa o desventurada, entre llegar a puerto seguro o desaparecer.






1 comentario:

Anónimo dijo...

Perdurar en el tiempo. Nada se pregunta la semilla llevada por el viento. Se abandona en el sueño que el creador ha tenido para ella, con la certeza de que en ella está el potencial para germinar. Todo lo demás vendrá a su debido tiempo y, sin detenerse, continúa su camino con la gracia de Dios.