Si hay un lugar en el mundo donde las estaciones llegan y se van con estruendo de color, aroma y voces, ese lugar es el desierto. Este invierno, largo, muy frío, caótico ha despertado en nosotros en una primavera igual de arrebatada, plena de vientos, arenales y el color que salpica en cada rincón.
Por eso, es inconcebible quedarse entre cuatro paredes. Salgo a caminar a distender la mirada, a dejarla vagar y a dejarme vagar en este mundo renacido. Sólo en primavera del desierto se comprende lo que dijo Julio: la vagancia es como la poesía, un lujo necesario.[1]
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