jueves, 7 de agosto de 2014

La llave



GPH
Cuando nacieron los niños nacieron los dulces. Cuando nacieron los dulces nacieron las dulcerías. No hay dulcería sin niños y el cielo de los niños es la dulcería. No importa si el niño tiene 70 o más años. Los dulces son el ingrediente del paraíso de la infancia.  La herida, el raspón, lo amargo de la vida se rellena con un poquito de dulce y eso ¿quién no lo sabe?  En nuestro querida ciudad de Querétaro, en el merito centro histórico,  algo me hizo voltear frente a la fuente de Neptuno con su tridente y fui atraído por un listón de madera sostenido por dos palomas que decía: México dulce y querido. Ahí ancló mi barco por un rato y en ese reino estaba todo México con sus mejores inventos: Alfeñiques, Alfajores, Alegrías, Palanquetas de cacahuate, Ate de Membrillo, Pepitorias, Dulce de calabaza, Cocadas, Mueganitos, Higos, Merengues, Pirulines, Camotitos, Chocolates , Jamoncillos, Macarrones, Tortitas de Santa Clara, Borrachitos y un larguísimo etcétera . Los colores, aromas, texturas y sabores son la fiesta del dulce mexicano y en ese rinconcito la fiesta dura toda una vida. Nuestro México pre hispánico, los dulces peninsulares y la herencia árabe se fusionan en nuestro  dulce firmamento y me quedó claro que son los dulces la llave para la unión amorosa y pacífica de las culturas. Los dulces han hecho por el ser humano lo que no ha podido hacer ni la pólvora, ni el cañón: dibujarnos una sonrisa, decir un  ¡gracias!



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