Si tenemos una mirada real , el encanto del
tránsito del año viejo al año nuevo suele durar lo que las burbujas de un vino
espumoso, de una cerveza . Subyacente a nuestra alegría, a nuestra esperanza, está
la realidad del día con día esperando en
nuestra puerta. La respuesta que la vida espera de nosotros tiene un nombre: “Acción”.
Con esta respuesta se produce en tan anhelado “Cambio” en nuestra vida personal, familiar,
comunitaria, planetaria. La acción y el cambio
necesitan de una suerte de combustible
que se llama “Entusiasmo” -palabra
que viene de la antigüedad griega y nos
sugiere un tipo de “fuego” que hemos de poner en cada “Acción”.
Lo opuesto a la esperanza, a la acción, al
cambio, al entusiasmo, al fuego, se
llama “Indiferencia”. ¿Qué es la Indiferencia? Es una actitud con
muchos rostros, una suerte de cubeta de agua helada, una suerte de extinguidor
del fuego, el aguafiestas por excelencia, el veneno silencioso. En una palabra,
la indiferencia ha causado más muerte y
más dolor en la humanidad que la
violencia misma.
Sí, veamos los rostros de la Indiferencia: impasibilidad,
insensibilidad, neutralidad, desinterés, apatía, indolencia, desgana, tibieza.
Meditemos en cada rostro/palabra y cada una de ellas
está en la raíz de los problemas humanos pequeños, medianos y planetarios que
hoy padecemos.
La proverbial sabiduría ranchera del desierto dice: “No hay peor daño que
mirar para otro lado cuando la casa se está quemando”
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