martes, 3 de agosto de 2010

Eso que llaman volar

Los humanos, desde hace unos 150 mil años en que aparecieron los primeros homo sapiens sapiens, hemos abrigado deseos, muchos deseos. Entre ellos están aquellos que tienen que ver con hacer realidad lo que nuestra propia naturaleza no nos permite. Por ejemplo, correr sobre la superficie de la tierra a grandes velocidades, navegar en las aguas y elevarnos por los libres cielos. Después de muchos intentos hoy tenemos autos, barcos y aviones. Podríamos preguntar: ¿qué más podemos desear?. Sin embargo, la aviación moderna con todo lo rápida que es, sigue estando muy lejos de esa placidez y bonanza que tiene un ave al volar y que desde la altura divisa campos y mares, bosques y llanos, desiertos y costas. Viajar en avión se ha vuelto algo muy serio, terrorífico, a veces, por los controles anti terroristas y después tu equipaje lo huelen los perros y gente que no conoces mete la mano entre lo más intimo y querido que lleves. Por si esto fuera poco, los avisos antes de despegar se refieren íntegramente a eso que no deseamos jamás: caer en tierra o en medio de la nada del mar, sin olvidar la lista de los “No”. No teléfonos, no computadoras, no navajas, no lociones, etc. Por último, la sensación de estar dentro de ese tubo de aluminio y vidrio con escaso movimiento personal, es decir, asardinado, termina sin más pena ni gloria que el clásico anuncio: En breve aterrizaremos y otra andanada de anuncios. ¿Donde quedó el sueño y el gozo de elevarse en las alturas, silenciosamente y divisar la curvatura de nuestro pequeño planeta azul en el horizonte? Quedó en el siglo 19, el siglo de los globos voladores sin más comodidad que una canastilla de mimbre con un barandal y que cada viajero llevaba de pie, un matambre y algo caliente para beber.

No hay comentarios: