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martes, 3 de agosto de 2010

Eso que llaman volar

Los humanos, desde hace unos 150 mil años en que aparecieron los primeros homo sapiens sapiens, hemos abrigado deseos, muchos deseos. Entre ellos están aquellos que tienen que ver con hacer realidad lo que nuestra propia naturaleza no nos permite. Por ejemplo, correr sobre la superficie de la tierra a grandes velocidades, navegar en las aguas y elevarnos por los libres cielos. Después de muchos intentos hoy tenemos autos, barcos y aviones. Podríamos preguntar: ¿qué más podemos desear?. Sin embargo, la aviación moderna con todo lo rápida que es, sigue estando muy lejos de esa placidez y bonanza que tiene un ave al volar y que desde la altura divisa campos y mares, bosques y llanos, desiertos y costas. Viajar en avión se ha vuelto algo muy serio, terrorífico, a veces, por los controles anti terroristas y después tu equipaje lo huelen los perros y gente que no conoces mete la mano entre lo más intimo y querido que lleves. Por si esto fuera poco, los avisos antes de despegar se refieren íntegramente a eso que no deseamos jamás: caer en tierra o en medio de la nada del mar, sin olvidar la lista de los “No”. No teléfonos, no computadoras, no navajas, no lociones, etc. Por último, la sensación de estar dentro de ese tubo de aluminio y vidrio con escaso movimiento personal, es decir, asardinado, termina sin más pena ni gloria que el clásico anuncio: En breve aterrizaremos y otra andanada de anuncios. ¿Donde quedó el sueño y el gozo de elevarse en las alturas, silenciosamente y divisar la curvatura de nuestro pequeño planeta azul en el horizonte? Quedó en el siglo 19, el siglo de los globos voladores sin más comodidad que una canastilla de mimbre con un barandal y que cada viajero llevaba de pie, un matambre y algo caliente para beber.

sábado, 5 de junio de 2010

Escúchame con los ojos

Estaba dejándome llevar por el cansancio para sumergirme en el sueño mientras el avión en el que viajaba, se esforzaba por mantenernos serenos durante una turbulencia. Una mujer y su niña como de 5 años fueron mis compañeras de viaje. La madre estaba entre cansada, tensa y fastidiada. La niña, por el contrario, era un ramillete de excitación, de preguntas y asombros pues, imagino, que fue su primer vuelo. Al darse cuenta de que su madre fingía no escucharla la niña la tomó del brazo y le dijo, entre súplica y orden: Escúchame con los ojos, mamá. Me sonreí por la maravillosa capacidad de la niña para invertir el orden de los sentidos y darle fuerza a su demanda. Aprendí pues que, podemos escuchar con los ojos, leer con los dedos, ver con los oídos, sentir con la mirada, gustar con el tacto y así otras tantas maravillas que me enseñó esa niña de 5 años.

viernes, 4 de junio de 2010

En las alturas, a sorbos

Me gusta volar. Me gustan los aviones por las sorpresas que me dan. . ¿Dónde están las sorpresas? En los periódicos y revistas que suelen proveer a los pasajeros. No son los periódicos ni las revistas que suelo leer ni suelo comprar .Son las revistas de los aviones. Las confeccionan pensando en que uno no tiene, por el cansancio entre otras circunstancias, el tiempo para leer largos y sesudos artículos o ensayos sino pequeñas viñetas literarias que nos ayuden a navegar allá en los mares del cielo y en los mares de la tierra. Hace poco apunté en mi inseparable libreta de notas, mientras daba el primer sorbo de un café que me ofrecieron en vuelo, las siguientes líneas de una mujer inspirada:

si me das de tu boca,
de tu boca bebo a sorbitos
agua del cielo


- Inspirado por Susana Arbelo, cantautora española.