domingo, 8 de mayo de 2011

De luz, letras y libros

Tiempos sorprendentes de fin de siglo e inicio del nuevo milenio. Pasamos del papel y el lápiz  a la máquina de escribir. Gracias a la electricidad llegaron las máquinas eléctricas de escribir y luego en un pestañeo estoy ante una pantalla iluminada escribiendo impulsos eléctricos que instantáneamente se convierten en letras y palabras traductoras de  mi pensar y sentir. El conjunto le llamo una Carta, una Carta que alberga un universo. Vuelvo la mirada a mi mesa de trabajo, tomo un amado libro viejo, siento sus hojas, el aroma del papel y la tinta que me recuerda a los lejanos bosques llenos de sol agua y viento donde crecieron los árboles convertidos en estas hojas que puedo leer desde la mañana hasta el anochecer, sin recurrir a la electricidad. Pese a ello, aunque el libro lleva ventaja a la electrónica, no se puede leer ni el más humilde de los libros a menos que se tenga una fuente de luz  -sea la primera claridad de la mañana o una pequeña vela que se consume-  La luz. Los libros sin embargo, llevan luz en medio de la oscuridad cuando en sus hojas están impresas profundidades y relieves que los ciegos pueden leer con las yemas de sus dedos gracias a Braille. Sea como fuere este pensar y recorrer el mundo de las letras y de las cartas es gracias a la luz, a esa pura energía que se plasma en pulsaciones eléctricas o se concentra en microscópicos puntos de tinta. A eso, le llamamos libro. El libro seguirá mientras el mundo exista y los humanos deseen expresar algo de su corazón. El medio evoluciona maravillosamente y el timón que guía a la nave es la recta intención de vincular a los seres humanos para lo que nos beneficie y nos haga mejores  y permita que este mundo siga siendo la casa de todos.

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