Sabido es, por si se nos ha olvidado, que este mundo –como experiencia- es una residencia temporal y en el momento menos pensado nos vamos. Un amigo mío tarareaba de chico en la escuela esta estrofa que entonces ignoré quien la había escrito:
Dichoso el hombre que tiene
casa donde pernoctar
y abrigo para sus hombros
y, para sus labios, pan.[1]
Pasaron los años y me detuve en su contenido pues llegada la noche del mundo quién no necesita un techo protector ,llegado el frío del mundo quién no necesita un abrigo sobre los hombros, llegada la hora del hambre quien no necesita un mendrugo de pan. Por eso, dichoso quien lo tiene.
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