Llegados
a cierta edad de la vida -por variadas
circunstancias- hemos pasado noches en duermevela. Cuentan de una anciana mujer polaca
sobreviviente de la segunda guerra mundial, del hambre y de la viudez que
dedicó su vida a medio dormir de día y estar en duermevela en donde quiera fuera necesaria. Mi querida Anna Kamienska[1] escribió lo
siguiente: “No te concedieron el insomnio para eso
/
para que te evadieras con la química del sopor /
sino para que atravesando el
plasma de la noche /
penetrases en cada oscuridad /
cruzaras los muros de las
cárceles / hasta
alcanzar las salas de los hospitales
-en las que hay quien llama desde hace
mucho
/ para que velases junto al que ha muerto
-cuando a la familia la vence
el sueño /
junto a quien arde en la hoguera de su conciencia /
junto a quien
da a luz y junto a quien expira
dando un grito.
Estar en vela esa gracia te concedieron /
para que descendieras a la
oscuridad de la oración
-como a una cueva que también es cumbre
y allí en lo
más profundo en su centro invisible,
vieras el destello de ese costado y de esa herida
y te arrojases
sobre ellos con tu corazón y con tus labios”
[1] Del poemario
Dwie ciemności
[Dos oscuridades]
(1984) Traducción de Anna Sobieska y Antonio Benítez Burraco
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