martes, 15 de marzo de 2016

Extranjeros




Los humanos sentimos cierta dificultad con la palabra extranjero. Hay expresiones como aquella: Ser extranjero en la propia tierra. Imaginemos a un capitalino de la Ciudad de México y se siente extranjero en los pueblos de tierra adentro o una persona o familia que migra de Sonora a Yucatán y se sentirá extranjera. El término extranjero se asocia con extraño y desconocido, con diferente. Lo diferente suele producir una cierto grado de desconfianza, curiosidad o temor. En estos días en que somos testigos de la marejada de extranjeros que tocan la puerta de Europa y los discursos de los candidatos de Estados Unidos -que ven a los mexicanos como extranjeros aunque viven por generaciones en esa tierra-   se reactiva el tema y sentimiento de ser ajeno, extranjero. T. Todorov ha comentado este tema  con lucidez:   “Los habitantes de un país siempre tratarán a sus allegados con más atención y amor que a los desconocidos. Sin embargo, estos no dejan de ser hombres y mujeres como los demás. Les alientan las mismas ambiciones y padecen las mismas carencias; sólo que, en mayor medida que los primeros, son presa del desamparo y nos lanzan llamadas de auxilio. Esto nos atañe a todos, porque el extranjero no sólo es el otro, nosotros mismos lo fuimos o lo seremos, ayer o mañana, al albur de un destino incierto: cada uno de nosotros es un extranjero en potencia”


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