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miércoles, 28 de julio de 2010

Se dice, comúnmente, que es terrible estar preso en una cárcel y es doblemente terrible si se está siendo inocente. Sea como fuere la situación, estar preso es no poder disfrutar de la libertad de movimiento, ir de aquí para allá y no poder ejercer otros derechos asociados con la libre expresión y asociación. Sin embargo hay que darse la oportunidad para ver que ninguna prisión del mundo puede encerrar los pensamientos que viven en cada preso. Los pensamientos le pertenecen a cada uno. Cada cual puede ser gobernado por sus propios pensamientos, muchas veces perturbados o convertirse pacientemente en el conductor, el jinete que cabalga sobre sus pensamientos y los lleva a donde él decide. Esa es la máxima libertad y fortaleza humana. Ser dueño y señor de nuestros pensamientos y que ellos, como vientos favorables, hinchen la vela mayor de nuestra nave para llegar a buen puerto.