En alguna ocasión he manifestado el gran gusto que siento al conocer otros horizontes de nuestro pequeño mundo, sus montañas desiertos, playas, mares, ríos y llanos. Y más allá de la natura me encantan las obras humanas desparramadas en pequeños parques, puentes, museos, artes, literatura.Todo ello tienen un denominador común: conocer el mundo exterior a mí mismo de manera formal a través del estudio o informalmente como un simple turista en el mundo. Sin embargo, estoy persuadido que el mundo interior es donde he descubierto los paisajes más asombrosos y sorprendentes. Dicho con otras palabras ser un
turista en el propio mundo es algo interminable, intrigante, y fuego permanente de curiosidad. Tomemos como ejemplo en este caso un aspecto de nuestra mente como son las palabras y los pensamientos. ¡Qué asombro poder generar pensamientos construidos con palabras aprendidas en nuestro hogar y que esa cadena de pensamientos hechos de palabras puedan llevarnos a cambiar nuestra vida y al mundo mismo. En el recodo de un camino en los Himalayas estaba un letrero de madera envejecida con esta inscripción:
Somos lo que pensamos. Todo lo que somos se levanta con nuestros pensamientos. Con nuestros pensamientos hacemos el mundo. Las palabras tienen el poder de destruir y de sanar. Cuando la palabra que sale de tu boca es verdadera y bondadosa cambiará el mundo.