sábado, 7 de agosto de 2010

Edificio con ochava y rayuela


Desde siempre me han intrigado los edificios clásicos con ochava, es decir aquellos que cuenta con una planta baja y siete pisos rematados por una cúpula .Estos hermosos edificios solía levantarse en las esquinas de las amplias y arboladas avenidas. Los pisos están conectados por una escalera de caracol. Las miradas interiores de los departamentos confluyen en el vacío que tiene, en el fondo, un patio donde suelen jugar los niños durante el día, enamorar los adolescentes de noche o y los viejos juegan a la baraja los domingos por la tarde. Me asomo. Me asombro. Ahí están dos niños de pantalón corto, botines y camisas abrigadas, juegan a la rayuela mientras se arrinconan las hojas otoñales que han descendido a ese patio, su última morada. Ellos gozan de su ascenso al Cielo, de brinco en brinco, mientras en el primer piso el viejo profesor se lleva una taza de humeante expreso a los labios con fino temblor y en el segundo suena la olla exprés que está cociendo lentejas. El tercer piso tiene unas cortinas, como niebla del puerto, y deja elevarse hasta los cielos, las notas del amor de una pareja, en el cuarto piso está un bebé que suda fiebre en su cuna. En el quinto las ventanas, de par en par abiertas, exhalan aroma a ropa recién lavada y planchada. El sexto es el de una anciana que retira las hojas secas de su geranio y en el séptimo vive un viejo colega y su mujer en fotografía –pues aunque ella hace siete años que murió- sigue ahí. Su invitación me ha permitido ver el horizonte de azoteas con mil historias, el Rio de la Plata lento y rumoroso y la intimidad confluyente de las miradas en ese pequeño patio de cuatro por cuatro donde aún siguen dos niños de pantalón corto, botines y camisas abrigadas, juegan a la rayuela mientras se arrinconan las hojas otoñales que han descendido a ese patio, su última morada y están a unos segundos de llegar al Cielo…



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