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martes, 26 de agosto de 2014

Julio,100 años




¡Doodle de Google!
Mi juego favorito de la niñez fue la Rayuela. Además de las ganas  -siempre alegres, entusiastas y desbordantes- necesitábamos  -mi hermano mayor y yo-  un latita  de Nugget  -sí,  las de crema para lustrar zapatos-  rellena de tierra ligeramente lodosa y bien cerrada. Fue el famoso tejo. Imposible jugar a la rayuela,  sin un pedacito de tiza –gis-  para marcar las líneas que delimitaban  el cielo y el infierno con los respectivos escalones que conducen a uno y otro. Hecho lo dicho, a jugar por horas  y probar las hieles del infierno y las mieles del cielo. Pasaron los años y el niño de ayer leyó la Rayuela de Julio ,recién nacida.  Hoy, Julio cumple 100 años de haber llegado a este mundo como Cronopio Mayor y más querido. Eso recordamos y agradecemos. Pero un día llegó para Julio y él dio su salto definitivo y dejó a la Rayuela en la tierra, mientras volaba sin prisa y sin pausa al Cielo coronado. Desde ahí cada vez que retumban los truenos  en el desierto, me digo: es el niño Julio brincando en la Rayuela.


26 Agosto 2014

jueves, 24 de octubre de 2013

Parciales y Total





Vivir es caminar y la Vida vivida es la suma de los pasos que damos. Cada paso suma un total parcial y anhelamos, el Final Total, el final del camino o la vida plena, el bien ser y no sólo el bien estar. Nuestro querido Julio refiriéndose al amor  lo vislumbró como un proceso de aproximación paulatina, de paso en paso,  y así quedó estampado para siempre: Total parcial: Te quiero. Total  General: te amo [1] El te Amo, es el Cielo de la Rayuela  -una sucesión de brinquitos de paso en paso. y la Rayuela es la Vida.



[1] Julio Cortazar,Rayuela. Tomado de pic.twitter.com/HCBC6jGz7k

sábado, 7 de agosto de 2010

Edificio con ochava y rayuela


Desde siempre me han intrigado los edificios clásicos con ochava, es decir aquellos que cuenta con una planta baja y siete pisos rematados por una cúpula .Estos hermosos edificios solía levantarse en las esquinas de las amplias y arboladas avenidas. Los pisos están conectados por una escalera de caracol. Las miradas interiores de los departamentos confluyen en el vacío que tiene, en el fondo, un patio donde suelen jugar los niños durante el día, enamorar los adolescentes de noche o y los viejos juegan a la baraja los domingos por la tarde. Me asomo. Me asombro. Ahí están dos niños de pantalón corto, botines y camisas abrigadas, juegan a la rayuela mientras se arrinconan las hojas otoñales que han descendido a ese patio, su última morada. Ellos gozan de su ascenso al Cielo, de brinco en brinco, mientras en el primer piso el viejo profesor se lleva una taza de humeante expreso a los labios con fino temblor y en el segundo suena la olla exprés que está cociendo lentejas. El tercer piso tiene unas cortinas, como niebla del puerto, y deja elevarse hasta los cielos, las notas del amor de una pareja, en el cuarto piso está un bebé que suda fiebre en su cuna. En el quinto las ventanas, de par en par abiertas, exhalan aroma a ropa recién lavada y planchada. El sexto es el de una anciana que retira las hojas secas de su geranio y en el séptimo vive un viejo colega y su mujer en fotografía –pues aunque ella hace siete años que murió- sigue ahí. Su invitación me ha permitido ver el horizonte de azoteas con mil historias, el Rio de la Plata lento y rumoroso y la intimidad confluyente de las miradas en ese pequeño patio de cuatro por cuatro donde aún siguen dos niños de pantalón corto, botines y camisas abrigadas, juegan a la rayuela mientras se arrinconan las hojas otoñales que han descendido a ese patio, su última morada y están a unos segundos de llegar al Cielo…