Le dijo Julio a su entrañable amiga María desde sus lóbregos días en París: No hagas caso de las depresiones, es el mal del siglo, la gran invención del alma para salir de cuando en cuando a tomar el fresco y a ver qué pasa[1].
Cada siglo tiene su virtud y su defecto y el difunto siglo veinte no fue la excepción. Su virtud, para unos fue, la acción llevada hasta el punto de adicción y su gran mal, la depresión. Sobre ella ha corrido un río de tinta negra. Yo queridos amigos les salpico depresión con algunas gotitas de verde esperanza y les agradezco porque gracias a ella no olvido que existen avenidas arboladas, parques grandes y pequeños, la orilla del río y la playa del mar, para caminar y caminar -caminando me tiño de verde, tu sales volando por la ventana para posarte sobre el alma de otros desprevenidos que tienen el alma pálida, sin distinguir si es de día o si es de noche, gracias al imperio del neón y el fluorescente.
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