Para
comprender por qué los grandes equipos de futbol de grandes luminarias se
convierten en estrellas apagadas hay diferentes opiniones válidas. Unos
enfatizan los aspectos adminitrativos,técnicos,económicos, etc. Pero para otros
cuenta lo intangible, lo invisible que
se resume ,de forma poética en dos expresiones: Hay que tener hambre de
competir y ganar y hay que tener fuego en el cuerpo, de la cabeza a los pies. Esto
equivale a tener chispa y sin fuego no hay vida, sólo un hielo glacial, la parálisis
mortal. Pasados los himnos nacionales, los saludos mutuos, el canje de
banderines, la monedita en el aire que tira en árbitro llegamos a la hora de la
verdad. Ahí veremos teas encendidas, incendio en la pradera o, en su
defecto,escarcha,hielo y desolación. Así sucede con los grandes que renuncian a
levantarse luego de caer y a los pequeños que no luchan considerando que su
pequeñez ya está sellada. Mantener la llama eterna, es decir, el entusiasmo de los griegos, es el arte
del futbol y de la vida misma…[1]
[1] El sustantivo entusiasmo procede del
griego enthousiasmós, que viene a significar etimológicamente algo así
como ‘rapto divino’ o ‘posesión divina’. En efecto, el sustantivo griego está
formado sobre la preposición en y el sustantivo theós ‘dios’. La
idea que hay detrás es que cuando nos dejamos llevar por el entusiasmo es un
dios el que entra en nosotros y se sirve de nuestra persona para manifestarse,
como les ocurría —creían los griegos— a los poetas, los profetas y los
enamorados. Todos ellos estaban poseídos por la divinidad y por ello merecían
respeto y admiración, pues llegaban a alturas que no podían ni siquiera
vislumbrar las gentes de a pie, por no decir pedestres. –Blog de la lengua
española. Alberto Bustos.
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