Llegó mi
buen amigo Roberto con su puntualidad característica
y pedimos dos tazas de humeante espreso.
Además pedimos dos vasos de agua sin hielo. Antes de iniciar nuestro esperado
ritual extrajo del bolsillo de su saco una cajita de plástico transparente con
siete compartimientos para las pastillas
de la semana. Sin mediar pregunta de mi parte el se burló de su accesorio y me
dijo: “Aquí traigo mi farmacia ambulante. Para dormir, para proteger la mucosa
estomacal e intestinal, para la presión alta, para la depre, sí, ¡la depre!”
Me sonreí y
le dije: ¡Salud! - “El café es mejor medicina que toda esta porquería”,
continuó. Por último aventuré una pregunta: ¿Si tus pastillas hablaran con
nosotros ,qué nos dirían? Se acarició el
bigote y me soltó estas cuentas ensartadas: “Somos la promesa del paraíso
químico. Somos calladas, suaves, no hacemos más que navegar con un vaso de agua
y llegamos a donde hacemos nuestro trabajo. Somos útiles para el insomnio, para
el dolor, para después del pleito conyugal y el enojo en la oficina. Calmamos
los nervios en los velorios , en la
estación de policía. Nos acarician para suavizar la mala noticia, curar el
desamor, y el miedo al temblor. Si eres aventurero te tranquilizamos si
eres una plasta en la cama y en el
sillón te activamos. Nosotras te llevamos a un reino donde no hay Dios pero tampoco hay Infierno. Es un paraíso con nubes en donde sueñas por igual que estas vivo
estando muerto o que esas muerto pero estás vivo….el paraíso químico” Volvimos al plano de la pequeña mesa, su café
ya estaba frío. Le hice un guiño y nuestro mesero nos trajo otros dos espresos humeantes para beberlos sin pausa pero sin
prisa - como amerita ese grano de oro cosechado
en nuestros amados cafetales mexicanos.
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