martes, 22 de junio de 2010

Nuestro desierto del bicentenario

La vida, en su inmensidad, si mal no recuerdo, cabía dentro de los linderos de un pañuelo. Cada día el sol presidía en el punto más alto y desde su solio real nos guiñaba el ojo, mitad caricia, mitad ardor. Cada noche descendía sobre nosotros el tibio manto y la noche en su infinita y galáctica bondad, derramaba una lluvia de estrellas que podíamos tomar en nuestras manos, reflejadas en los charcos. Hoy, en nuestro desierto, el agua se ha secado, el sol está serio, la noche es triste, las golondrinas han migrado, la sangre chorreada se seca sobre las piedras. Sólo las moscas están contentas. La gente huye a la tierra de Nod . Sobre el dolor galopa el caballo del miedo y la niebla de arena, narcotiza a nuestra mirada.


No hay comentarios: