domingo, 1 de agosto de 2010

Leer,escribir,traducir


Mi infancia no sería la que fue sin la presencia de mi abuelo que me enseñó a leer en las hojas de diario El Pueblo y sin un maestro de literatura que me permitió ver el largo camino de la piedra áspera de las alturas cordilleranas . Bajo la suavidad intensa, perpetua, de las aguas del rio se convierte, al final del camino, en un canto rodado -que, sin perder su entereza, ofrece una suavidad como el agua misma. Leer, enseñar a leer al que no sabe. Escribir, enseñar a escribir a quien no sabe. Tareas formidables como la del canto rodado. Hay otra tarea titánica, traducir, para quien ignora, una carta de amor a otra lengua. Viene a mi mente la profesora retirada quien, en la estación central de los ferrocarriles en Rio de Janeiro, -sentada en un banquito sostenía en sus piernas una vieja máquina de escribir para dar a luz las cartas soñadas y rumiadas por los campesinos y las sirvientas –ágrafas, analfabetas- Viene a mi mente el joven Julio quien se hace cargo de la oficina de una amigo traductor sin título profesional y ahí conoce Freddy Guthman quien cobraba cinco pesos por escribirles unas cartas en inglés o en francés a cuatro o cinco prostitutas amigas que recorren la zona del puerto . Al joven Julio le parece interesante esa práctica de traducción, esa práctica de empatía psicológica con los sentimientos de las mujeres y durante un año consideró que sería cruel privarlas de ese servicio. Escribir, finalmente, es una traducción de las íntimas experiencias vividas puestas en el cauce de los vientos y en el cauce las aguas.



No hay comentarios: