martes, 7 de diciembre de 2010

Aprendiendo

Sabemos que Julio fue un turista perpetuo en Paris, que deliberadamente nacía a cada día para ver con asombro cada rincón y aspirar cada aroma en el cambiante ciclo de los días y las estaciones, de la luz y las sombras. Se confesó aprendiz de la mirada. El desierto, por otro lado, es una arquitectura espléndida de paisaje que me mueve para aprender a ser un contemplativo de su belleza extendida hasta el horizonte sin fin. No sólo la mirada se dilata en estas tierras sino también, el gozo de percibir los sutiles aromas de la primavera naciente y las montañas de hojas desprendidas en el otoño, dispuestas para el viaje hasta el confín del planeta. Texturas, sabores de la tierra, y la austera cocina definida por intensos sabores -con el toque ahumado de sus leños-  es una invitación irrenunciable para aprender a sentir. Todo esto es sólo el comienzo, pues luego sigue el percibir con los sentidos internos hasta descubrir la armonía del mundo, la unión sin fractura de todo lo que Es, a pesar de que nuestra cotidianidad apuesta por lo poco, lo aislado y lo pequeño.

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